ANDREAS FABER-KAISER

ANDRÉS MALBY, O EL CONOCIMIENTO INTEGRAL

«Te voy a contestar con esta fórmula». Andrés tomó un rotulador, apartó un escarabajo de oro, acercó una hoja de papel, subió un poco el volumen de la canción helénica de Irene Papas que invadía desde hacía ya algún rato la biblioteca-estudio-laboratorio de su refugio de Mas Teixidor (el hogar de la araña), y comenzó a desarrollar la formula que me había prometido. Detrás de él, de pie, Danielle, su mujer. Junto a mí, Sergi, mi hijo. Cuando terminó la formulación me pasó la hoja de papel: nadie más debía ver lo que había escrito en ella. Inmediatamente después me la volvió a pedir: «Grábatelo en la memoria; estas cosas no deben de quedar escritas». Con estas palabras sacó un mechero y le prendió fuego a la hoja de papel. En fracciones de segundo, todo él se convirtió de cintura para arriba en antorcha viviente. Danielle permanecía detrás de él, inmóvil: «Yo ya sabía que sabría salvarse» me diría más tarde. Sergi salió corriendo para buscar ayuda. Andrés intentó apagar con sus manos las llamas que ya comenzaban a prender en su cabello. Se tiró al suelo. Yo salté de mi asiento, al otro lado de la mesa, y le arranqué como pude la camisa. Me confesaría días más tarde que habría sido hombre muerto si yo no hubiera tenido la rapidez de reflejos precisa como para arrancarle la camisa en llamas, cuando él ya se revolcaba por el suelo: «Esas cosas ni siquiera deben de escribirse» concluyó entonces. En nuestro afán de conocernos mutuamente, en el tanteo de inteligencia que mantenemos el uno con el otro desde que nos conocemos, ambos habíamos olvidado por un momento la máxima que marca la vida de aquellos que quieren llegar al final del camino: «No olvides que quienquiera que elige desvelar nuestros misterios y nuestra doctrina secreta pone en juego los tres planos de su existencia: el plano espiritual, el intelectual y el físico. La verdad merece ser velada porque no está al alcance de todas las inteligencias. No tendrás otra fuerza que tu ciencia, y la armadura que te cubra será la protección de tu silencio».

Romper el silencio en esta ocasión, puso en peligro la integridad física del infractor. Fue un grave aviso para ambos. Y una lección para todos: con motivo de aquel aviso Andrés hizo de inmediato un alarde de dominio del síquico sobre el físico, al negarse, con quemaduras en gran parte del torso, en brazos, cabello y barba, y con tiras de nylon fundidas con la piel del cuello, a ser trasladado a centro sanitario alguno ni a recibir tratamiento médico, iniciando él-mismo su autocuración al convocar a todas las personas presentes en su masía a un baile, junto a la mesa en la que se quemó, para demostrar que el más afectado tenía la obligación de ahuyentar el temor de los demás comenzando por fomentar la alegría entre ellos, aunque le resbalaran —cómo le resbalaron— las lágrimas de dolor.

Cuento esta anécdota porque refleja lo que es la vida y la obra de Andrés Malby: el camino de una búsqueda en el que todos los actos se entrelazan para conformar el máximo exponente alcanzable del Conocimiento Integral. Cuando Andrés cura a un paciente, cuando aplica determinada hierba, cuando crea nuevas reacciones en su laboratorio, cuando se adentra en la Kábala, cuando sigue con atención los desplazamientos de los focos bélicos, cuando controla mis pasos en la Ciudad Muerta de Nan Matol o en la Selva Amazónica, cuando aplica la Alquimia a fin determinado, cuando elige el terreno en el que habita y cuando sigue con atención la trayectoria del Priorato de Sion, del Club Bildeberg o de la Trilateral, del Comité de Montecarlo o de los Brujos Internacionales citados por el presidente de Chipre, cuando se fija en el dibujo de la corbata de Sadat o de Kissinger, o cuando profundiza en el enigma original del Andrógino, al igual que cuando se dispone a esculpir una forma o a pintar un lienzo, Andrés no hace otra cosa que integrar su individualidad en un Conocimiento Integral que le permita aprehender cada vez con mayor acierto la Esencia Universal y el momento histórico que le ha tocado vivir.

Saber, para influir. La humanidad es un monstruo en evolución. Hace ahora diez años, cuando nos conocimos, le pregunté si creía que la humanidad toda, el conjunto de la humanidad, era un solo ser. Desde entonces, nos vigilamos mutuamente. Aquella pregunta fue la clave para nuestro contacto. Porque efectivamente, él está convencido de que la humanidad es un solo ser inconsciente de su globalidad.

Años después, me escribiría: «En verde y con razones, saludo a lo que tienes el valor de publicar y a lo que tienes la inteligencia de callar. Este mundo no es totalmente como cree, y tampoco es solamente el mundo.»

No ha entrado en combustión; creo que con lo que acabo de escribir he respetado el sentido de este saludo singular.

Andreas FABER-KAISER, Marzo 1988.

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